Héroes y Heroínas

Su nombre no saldrá mañana en los periódicos, ni a medio día su rostro en la televisión, pero les aseguro que mi amigo es un héroe, de esos que dan su vida por amor.

Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Me viene a la memoria una antigua y poco conocida canción que habla de héroes anónimos, de gente que camina con la precaución de no pisar, con el respeto de ceder la oportunidad a quien lo necesita más; personas que aspiran al encuentro con el otro y que huyen de la confrontación o la resuelven con el baile de las palabras precisas; que destinan su esfuerzo y su vida a regalar esperanza.

Mohamed Diouf no se lo pensó. Es la mejor forma de realizar las proezas que nacen de la urgencia. Pasaron escasos segundos desde que intuyó el peligro hasta que lo desafió con la valentía de quien ama la vida, ya sea la propia o la ajena. A esa altura del puente, la barandilla blanca está salpicada de desconchones y de óxido, aquí y allá, pero él no percibió aquella necesidad de pintura; el pulso acelerado y la agitada respiración sólo le permitieron observar el objetivo que tenía a unos metros de distancia. Saltó la roñosa baranda y se precipitó hacia su destino; los próximos segundos serían los del encuentro con la vida renacida o con la catástrofe vital. Nadó tan rápido como supo y pudo hasta alcanzar al anciano que se había desplomado al agua. No fue el único, otros dos amigos y un policía, se lanzaron hacia el desconocido desenlace. Su generosidad salvó la vida de aquel hombre y, posiblemente, renovó la suya propia.

Una azafata de Iberia tiene una vida normal, como cualquier persona, hasta que la realidad se topa con un alma sensible e inquieto. A Gloria Iglesias, un viaje en tren a Lourdes le hizo encender una chispa que nada ha conseguido apagar, veintiún años después. Luchó contra todos, incluso contra la Iglesia en la que cree, para poder inaugurar un faro de esperanza, un hogar de acogida para personas sin techo. En muchas ocasiones, quien vive en la decadencia de la calle arrastra alguna adicción, por lo que conlleva un riesgo explícito, que nuestra protagonista ha sufrido varias veces. No le importa, su familia, su nueva familia, la forman más de doscientos renacidos que han pasado por su casa; a casi todos salvó la vida. Y a ella se la engrandecieron.

Soulayman Hsina es mi amigo. A penas tiene veinticinco años, pero una historia que pocas personas acumularán en toda su vida. Le conocimos cuando era un niño, en un centro de día de Tetuán. Con su constante sonrisa y buen humor, siempre dispuesto a ayudar y proteger a sus hermanos más pequeños. Como a muchos otros niños y niñas, su familia le tuvo que dejar en manos de la beneficencia. Hoy, tras haber sido testigos de cómo se hacía adulto, le vemos trabajar con aquellos mismos niños desamparados de hoy, a la vez que intenta ganarse la vida, con mucho tesón y emprendimiento, en un país complicado para prosperar. Además, junto a otros amigos, fundó hace unos años Open Hands, una asociación que trabaja por y con niños desfavorecidos. Es ilusionante verle trabajar y luchar por él y por los demás. Una hermosa razón para vivir.

No sé a ustedes, pero, en los días en los que aún muere gente de COVID y la vacuna sólo llega a los privilegiados del planeta; en los que Haití vuelve a derrumbarse sobre sus escombros; en los que media tierra arde y muere; en los que a Afganistán regresa el terror y la barbarie mientras la civilización huye… a mí, estos héroes y heroínas, y millones de ellos más, me hacen recuperar mucha fe en la humanidad.