EUROPA

Tal es su magnetismo, tal su fuerza, tal ese atractivo por el que te quedas con lo ya visto en lugar de aventurarte hacia lo novedoso.

A muchos nos pasa, a los que somos un poco cinéfilos a la vieja usanza, se te mete una película en la cabeza y no puedes dejar de verla de nuevo desde el instante en que se cruzan en tu camino, mientras buscas otra cosa, unas secuencias de la misma. Te das por vencido, de buen grado, te acomodas y la vuelves a ver, por más que te sepas de memoria lo que viene antes y lo que va después, pese a que seas capaz de reproducir, palabra a palabra, los diálogos de la historia. Tal es su magnetismo, tal su fuerza, tal ese atractivo por el que te quedas con lo ya visto en lugar de aventurarte hacia lo novedoso. A mí me ocurre con unas cuantas, El Padrino entre ellas, especialmente, pero en esta ocasión me quiero referir a Gladiator, la que nos cuenta las peripecias del ficticio general emeritense Máximo Décimo Meridio en tiempos del emperador filósofo, de Marco Aurelio, allá por el siglo II después de Cristo. Tiene momentos memorables, uno de ellos cuando el viejo gobernante, a punto de morir, le confiesa a su hijo Cómodo que no va a ser el elegido para sucederle y el rechazado pregunta a su padre por qué le odia de ese modo, a lo que el progenitor, en un ejercicio de compasión tremendo, le responde: “Tus defectos como hijo son mis fracasos como padre”. Inapelable. En otra escena el general Máximo, que está deseando licenciarse y volverse a su patria después de ganar una batalla decisiva a los bárbaros, conversa confidencialmente con el emperador enfermo y éste le manifiesta su escepticismo frente a lo que ha supuesto Roma para el mundo civilizado que en teoría están construyendo. El general hispano se indigna ante el descreimiento de su superior y le recuerda que Roma es para él la luz frente a las tinieblas exteriores, que Roma representa la cultura y la humanidad frente a la barbarie que los rodea. Me vino todo esto a la mente a raíz de una curiosa conversación que mantuve hace poco con unos jóvenes bien formados respecto a la idea de Europa y su supuesta decadencia. No se mostraban muy conformes con los ideales de nuestro viejo continente e incluso los ponían muy en duda o no acababan de ver los beneficios que les reportaba ser europeos. Vale, no estamos en nuestra mejor época, es cierto, y los mensajes que recibimos de países como Italia, Polonia y Hungría, o las dudas de otros con peso específico en la Unión no nos hacen concebir esperanzas muy fundadas a corto plazo, pero yo miro, como hacía Máximo, a nuestro alrededor, - llámese Rusia, China, Estados Unidos y unos cuantos Países Árabes - , y todavía quiero creer en que  la luminosidad está de nuestra parte, aunque tengamos que trabajar mucho y muy duro para que el brillo de nuestros logros no se apague. Quizás haya que hacerse, ya que estamos hablando de películas y cambiando lo que haya que cambiar (mutatis mutandis se dice en latín), la pregunta que se hacían aquellos rebeldes judíos en la mítica La vida de Brian: “¿Qué ha hecho Europa por nosotros? “.