Iuvenes dum sumus

Pensemos en Sócrates, en Jesucristo, en Ghandi o en Mandela, quienes con su limpio proceder, ajeno por completo a la violencia, lograron auténticas y profundas transformaciones del pensamiento cuyos efectos llegan hasta nuestro presente
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

Como resulta que voy por delante en el camino, el mismo que todos seguimos, no en vano soy un “boomer”, me gustaría dejar unas miguitas en el sendero por si pudieran servir de orientación a los que vienen  detrás, no con el ánimo de dar consejos, Dios me libre, sino con el de reflexionar un poco en voz alta sobre los acontecimientos de los últimos días, que es lo que intentamos hacer los que tenemos la osadía de escribir estas columnas. Queridos jóvenes, ser radical, en mi opinión, en sí mismo no es malo e incluso creo que a veces es muy recomendable y que no hay que quedarse en las medias tintas. En ayudar a los demás, por ejemplo, en colaborar en el bien común, en amar a nuestros semejantes o en procurar mejoras para la sociedad hay que actuar con radicalismo y dándolo todo, como decís vosotros, sin guardarse nada, pero quemando contenedores o cajeros, haciendo barricadas o destruyendo mobiliario urbano sólo se consigue ser radicalmente bruto y se pierden las razones, que pudieran ser legítimas, para cualquier protesta. Yo que vosotros no comulgaría con ruedas de molino ni me pondría tras una pancarta como la que leí el otro día, en la que se decía que la historia nos ha enseñado que hay que ser violentos para conseguir cambios. Ha habido importantes personajes de nuestro devenir que nos han demostrado precisamente lo contrario. Pensemos en Sócrates, en Jesucristo, en Ghandi o en Mandela, quienes con su limpio proceder, ajeno por completo a la violencia, lograron auténticas y profundas transformaciones del pensamiento cuyos efectos llegan hasta nuestro presente. Yo en vuestro lugar tampoco me dejaría manipular por supuestos artistas que hacen canciones en las que se incita al odio, a pegar un tiro a quien no te gusta o a tratar como héroes a unos personajes, los terroristas, que son cualquier cosa menos ejemplo que imitar y que tanto dolor han causado en nuestro país y causan todavía tratando de justificar lo injustificable. Poneos en el pellejo de cualquiera de las víctimas de esta lacra y entenderéis el sufrimiento que toda esta polémica les estará provocando. Claro que hay que luchar por la libertad de expresión o, mejor dicho, por mejorar la que ya tenemos, porque, por si no os habéis enterado, en esta tierra en la que vivimos la libertad de expresión existe y bien que lo sabemos los que hemos vivido en una época en la que este derecho brillaba por su ausencia. Lo que no hay que hacer es confundirlo con la libertad de insultar y la de incitar a la gente a cometer atrocidades, porque las palabras tienen su repercusión, las carga a veces el diablo y puede ocurrir lo que hace poco vimos que ocurrió en Estados Unidos. Os sugiero, si me lo permitís, que leáis  buena poesía, que está al alcance de todos, y allí encontraréis fundamentos auténticamente revolucionarios y que os dejarán con la boca abierta, “Palabras para Julia”, sin ir más lejos, un poema que Goytisolo, en nombre de todos los padres, escribió para su hija. Comprendo que estáis en una edad en la que todas las fuerzas del orden, incluso vuestros progenitores, os parecemos malos, todos hemos pasado por ello, pero, si os atrevéis a pensar libremente,  entenderéis que la Policía está concebida para protegernos y que, si algunos de sus miembros se exceden en sus funciones, serán sometidos a juicio  y habrán de cumplir lo que se dictamine. Tener criterio propio, creedme, es bastante complicado y es muy costoso salirse de los rediles en los que nos quieren encajonar, pero merece la pena intentarlo y me parece que no os arrepentiréis de poner vuestra firma en vuestros actos. Matadnos, claro que sí, simbólicamente, es lo que toca, pasadnos por encima, ponednos en evidencia y mejorad para los que os sigan la herencia que os hemos dejado, pero hacedlo con buena fe y con buenos métodos y respetando, si me lo concedéis, el esfuerzo y el sacrificio de muchos de los que os precedieron en la misma lucha, de tantos que han propiciado el que ahora vosotros  podáis estar en las calles reivindicando vuestros anhelos. La playa puede estar debajo de los adoquines, puede ser, pero donde no está, eso es seguro, es donde los lanzan con saña contra lo primero que se mueva. Queridos jóvenes, como diría el poeta al que antes me he referido, perdonadme que no os sepa decir más y entended que yo aún estoy en el camino, en el mío propio, en el que cada uno tenemos que encontrar, en el que os he dejado unas miguitas por si a alguno le pareciera que es digno de seguir y en el que a mí no me va mal. Gocemos mientras somos jóvenes, que es a lo que invita la canción de la que saqué el título para esta columna, y más adelante también, que la vida no se acaba en la juventud.