LOSER

Yo no tengo reparos, más allá de los lingüísticos, en llamarme loser, aunque sea en unos pocos aspectos de mi vida, porque en la mayoría he sido y sigo siendo afortunado.
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

Si mi admirado José María Íñigo levantara la cabeza, me pondría de vuelta y media por esta costumbre mía reciente de poner títulos a mis columnas en inglés, con lo contundente que suena y se entiende el castellano “perdedor”, que es lo que quiere decir esta palabreja inglesa, un término muy del agrado del indescriptible Donald Trump, siempre que sea para aplicárselo  a los otros, nunca a sí mismo. Yo no tengo reparos, más allá de los lingüísticos, en llamarme “loser”, aunque sea en unos pocos aspectos de mi vida, porque en la mayoría he sido y sigo siendo afortunado ( un adivino egipcio me dijo, créanlo, que yo era “un protegido de la vida”) Por ejemplo en el ámbito del fútbol. Soy del Atlético de Madrid y con esta confesión debería bastar para cualquiera que tenga unas mínimas entendederas balompédicas, pero, por precisar más, añadiré que pertenezco a la generación de los que, siendo niños, sufrimos aquel gol en el último minuto que le marcó a Reina un jugador del Bayern de Munich de cuyo nombre no quiero acordarme y que me sumió para siempre en una melancolía de la que no consigo recuperarme. Luego vino el Madrid y todo lo que conlleva, ya saben a lo que me refiero, y creo que no debo profundizar en la herida, que se me abren las cicatrices. En la cancha de la política también he tenido mis berrinches, especialmente en la época en que tuve una militancia más comprometida. Yo me creía que todo iba bien y luego venían las elecciones y te daban el varapalo. Siempre te quedaba el consuelo, de manual, de la famosa frase que se atribuía a Rosa Luxemburgo, según la cual iríamos de derrota en derrota hasta la victoria final, un punto al que nunca conseguíamos llegar y que te exigía una paciencia infinita, lo mismo que esa orejona, maldita sea, que tiene un hueco permanente en las vitrinas de los colchoneros. Una vez, con el sindicato Comisiones Obreras, ganamos una votación en el Instituto y ya me disponía a celebrarlo estrepitosamente, momento en el que alguien me sugirió que me guardara los cohetes, porque, pese a ese buen resultado parcial, globalmente, en la provincia, nos habían dado una paliza. En fin, quizás por eso y por la edad, he ido rebajando mis expectativas y me conformo con ganar pequeñas batallas en vez de grandes guerras y quizás por eso también me he alegrado mucho de lo que ha ocurrido hace poco en Estados Unidos y de que el inquilino botarate de la Casa Blanca ya esté haciendo las maletas para cambiar de residencia. Dicen los sesudos analistas que no pensemos que con Biden las cosas van a cambiar extraordinariamente por aquellos lares y puede que tengan razón, pero lo que yo percibo desde hace algunas semanas es que, parafraseando a Don Juan, en el mundo más pura la luna brilla y se respira mejor. Animado por esta esperanza y por la de la vacuna que se avecina, me atrevo a desearles ya, por si no nos vemos antes, que cierren bien este año maldito y que empiecen el nuevo con buen pie. Seamos prudentes, por favor, en las celebraciones, respetemos lo que nos digan los científicos y no tiremos por la borda lo logrado, para que podamos seguir debatiendo en el futuro sobre ganadores y perdedores.