Mi Padre

Será por los amigos con los que me junto, el caso es que oigo que muchos de ellos están de acuerdo, como mínimo en el espíritu, con las declaraciones ya famosas del señor Garzón. He leído también por ahí, en esas noticias que te da el móvil sin que se las pidas, vete tú a saber si son ciertas, que a un alto porcentaje de consumidores, más o menos el 75%, les ocurre lo mismo. Aunque comparto en general las opiniones anteriores, yo creo que no ha elegido bien ni la forma ni el medio para lanzar un debate que merece otros lugares para su desarrollo.  Él es un Ministro del Gobierno de España y tiene que ser muy cuidadoso con sus manifestaciones y con los canales por los que las difunde. No dejan de sorprenderme, por otra parte, este hipócrita rasgarse las vestiduras y las solicitudes de ostracismo para el pecador, cuando hay otros muchos que hacen un flaco servicio a nuestro país, con dichos y hechos, y se salen luego de rositas, sin que les caiga encima ningún chaparrón . Y es que le han llovido unas cuantas hostias, con perdón, eso es lo cierto. Del pedrisco de las nubes de la derecha no voy a comentar nada, sólo que me da la risa esa disyuntiva que plantean entre ganadería o comunismo. Del granizo de las nubes del otro lado sí que me apetece decir algo y en concreto del castizo Presidente de nuestra Comunidad, del señor Page, que, a mi juicio, se tiene que hacer mirar esa obsesión que muestra con la vaguería ajena. Quizás él ya no se acuerde, pero al principio de la pandemia hizo unas declaraciones indecentes sobre nosotros, los docentes, en las que también sugería que no nos gustaba mucho trabajar, unas declaraciones por las que yo, si fuera él, me hubiera planteado dimitir. Ha querido estar graciosillo y refranero y tal vez se debiera aplicar a él mismo algún proverbio popular que nos invita a pensar que no todas las condiciones humanas son iguales. En fin, él verá. Respeto mucho a los ganaderos y a los sectores que dependen de ellos, soy consciente de su poder económico y tengo claro que su voz tiene que ser escuchada en este asunto, pero me parece también justo que se escuchen otras para intentar llegar a un acuerdo bueno para todos. Les contaré, al hilo de todo esto, un recuerdo que tengo de cuando era chico. Las vacas pasaban tranquilamente por las calles de mi pueblo, todavía sin asfaltar, y en ellas echaban unas meadas interminables y unas plastas de una consistencia jugosa. Nosotros, los niños, inocentes, jugábamos con aquellas “tartas” e introducíamos palitos en su interior disputándonos el espacio con las numerosas moscas que acudían al festín. Luego esas mismas vacas se alojaban en edificios que lindaban con nuestras casas, con todo lo que aquello conllevaba. No tenía nada de bucólico, era una auténtica porquería, una tradición que se mantenía, porque entonces se consideraba normal, y que más adelante se cambió, porque empezó a considerarse normal que no era sano que los animales vivieran con las personas. Los establos se sacaron del pueblo y, aunque me imagino que ocasionaría trastornos a los afectados, todos terminamos por entender que aquello era lo correcto, de la misma manera que ahora, con todo el cariño y todas las ayudas a quienes pudieran sentirse perjudicados, nos deberíamos plantear con seriedad y empatía, sin tirarnos los trastos a la cabeza, algunas cuestiones que ponen en la mesa reputados científicos sobre la manera idónea de alimentarnos y respetar nuestro medio ambiente. Y vamos con mi padre, que es a lo que iba. Mi padre, que en paz descanse, era de derechas, mucho, y aún así me atrevo a conjeturar que hubiera comulgado, aunque fuera con la boca chica, con los pareceres del Ministro de Consumo. Mi padre se murió sin saber lo que significaba y sin pronunciar nunca la palabra ecología, pero era el mayor ecologista de corazón que yo jamás haya conocido. Mi padre no se hacía fotos con vacas, ovejas o cerdos, porque no se presentaba a las elecciones. Mi padre gruñía como Ideafix, el perro de Obélix, cada vez que alguien arrancaba un árbol o lo podaba mal, porque él los plantaba y conocía lo que costaba que crecieran y porque él se había tomado la molestia de preguntar a los que saben para podar adecuadamente. Mi padre se cabreaba mucho cuando se inundaba el campo de purines, porque él sabía que en exceso quemaban la tierra, la misma por la que él paseaba todos los días. Mi padre amaba el campo, lo sentía, tenía un contacto muy estrecho con él y escuchaba sus quejas. Mi padre, pobre, no nos dio mucha herencia, bastante hizo, pero nos dejó un pequeño pedazo de tierra que él cuidó con mimo para que sus hijos lo disfrutáramos, que es lo que supongo que nosotros tenemos que hacer con los que vengan detrás, dejarles un mundo mejor, más limpio y más ordenado, para que lo puedan disfrutar.