La crisis de los 40

Ahora es cuando me ha venido de pronto, como ese amigo que no esperas, como esa almorrana que te hurga, o esa cana que aflora en mitad de tu pecho, la crisis de los cuarenta.
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

Ahora que se acaban los días de vacaciones, que el otoño se acerca deliberadamente, que los colegios abren, que los escotes cierran y que ya mismo caminarán los abrigos por las calles. Ahora es cuando me ha venido de pronto, como ese amigo que no esperas, como esa almorrana que te hurga, o esa cana que aflora en mitad de tu pecho, la crisis de los cuarenta. Dicen que hay un día, no se sabe cuál, pero hay un día cualquiera en el que eres consciente, como decía Gil de Biedma, que la vida va en serio, que ya no volverás a salir de fiesta como antes, que las resacas ya no serán las mismas, que no darás jamás primeros besos, primeras veces, primeros versos, que los sueños que tenías de niño serán sólo nostalgia de un futuro que nunca vendrá. Te pones de pie, te miras en el espejo, observas cómo surge de la nada esa barriga impertérrita, te das cuenta que cada vez hay más pelos por la ducha y menos por la cabeza, que en lugar de granos hay arrugas, en lugar de miradas hay ojeras. Cuando me pongo trascendente mis amigos me dicen que debería comprarme una moto, o ir al Decathlon y empezar a hacer running, que últimamente hay ofertas para viajar a Turquía y ponerme una nueva melena. A veces no sé bien si reír o llorar desconsoladamente. La vida es una sucesión de etapas, eso está claro, pero cada vez cuesta más ver fotos de cuando el mundo era una cafetería de universidad, el cuerpo desconocido de una mujer, un parque a oscuras en medio del invierno, una playa en Tarifa, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Dicen que los cuarenta son los nuevos treinta, que la gente con esa edad está mejor que nunca, que queda toda la vida por delante. Lo que nadie te dice es que los días a partir de ahora se vestirán de otoño, de luz cansada en la tarde, de nostalgia perenne, de miedo a la muerte, de amor sereno, de un amargo lenguaje.