PECES

Dicen que los peces tienen mala memoria, que a cada rato olvidan lo que sucede, sin embargo, creo que por eso son felices.
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

Desde hace unos días tenemos en casa tres peces. Ellos nadan dentro de una pecera rectangular, con algas de mentira, con piedras de mentira y luz artificial. Cada ocho horas mi hijo les da de comer unas pequeñas bolitas de comida, que con ansia engullen, como si no hubieran tomado alimento en mucho tiempo. Nadan de una pared a otra, miran por el cristal de su estancia, observándolo todo como quien ve pasar la vida por una ventana. A menudo me siento junto a ellos y los miro con detenimiento. Dicen que los peces tienen mala memoria, que a cada rato olvidan lo que sucede, sin embargo, creo que por eso son felices. A veces me siento como ellos, metido en mi propia pecera, con una hipoteca a treinta años e interés variable, rodeado de plantas que siempre se me mueren, con muebles de Ikea y con poca luz, sobre todo en invierno. Me gusta mirar por la ventana, escuchar el ruido de la calle, el humo de los coches, el grito de los vecinos. Cuando mi hijo me deja pongo las noticias y parece que los días siempre fueran el mismo día: muertos en el Estrecho, ucis llenas, políticos que escupen por los ojos y echan fuego por la boca, gente que acude por primera vez a los bancos de alimentos, dueños de bancos a los que les sobra el dinero y siempre quieren más, colas del INEM, lluvia por el Cantábrico y sol por el Guadalquivir. Y así, paso mis días y mis noches, como esos peces, observando la vida pasar en blanco y negro, sin apenas memoria cuando llegan las elecciones generales y con la boca abierta, esperando que alguien desde arriba me eche algo de comida, y siga siendo feliz, aunque no sepa porqué.