Liberar a los Necios

Antes de nada, quiero aclarar que cuando hable de necios no me referiré a persona ni ideología en concreto
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Me permito el lujo de titular mi columna con la famosa frase: “Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran”, de Voltarie, el ilustrado y polifacético escritor francés, porque me parece oportuna para cualquier tiempo en general y para la crisis que atraviesa nuestros días, en particular. Me explico:

Antes de nada, quiero aclarar que cuando hable de necios no me referiré a persona ni ideología en concreto; supongo que, en mayor o menor medida, todos somos algo necios atados a “cadenas” del tipo y color que sea. La intención de mis palabras no es otra que despertar mi propia conciencia de pensador enfermizo y animar a que, todo el que lo lea, abra el cajón de sus propias ataduras; o no, todo depende de las certezas que se posean.

Ese es un buen comienzo. “Las certezas”. Mi amigo (y profesor de teatro) Antonio, al finalizar la clase nos pregunta “¿Alguna duda…?” y, ante el silencio sepulcral en el que nos refugiamos, vuelve a preguntar “¿Alguna certeza?” En estos días en los que la incertidumbre envuelve nuestro tiempo congelado por un virus, es complicado hablar con seguridad, ni siquiera de nuestra propia existencia. La salud amenazada, la economía en peligro, el trabajo reinventado, la mirada de balcón, la reclusión vital… Partamos, entonces, de la certeza más latente: estamos vivos, que ya es bastante.

Podemos, también, contrastar otras certezas, cada uno las suyas, que subyacen en nuestra realidad o nuestro compás emocional: amor, familia, amistades, trabajo, alimentación… Son certezas que en sí mismas pueden generar dudas más o menos existenciales, incluso experimentales. Pero, más allá de estas cotidianas evidencias llenas de recelos, poco más podemos asegurar en estos días de impotente desasosiego. Podemos, eso sí, elucubrar.

Segunda parte: “Elucubraciones”. En eso, en el desleal arte de crear verdades a partir de sospechas, en su mayoría infundadas, somos expertos los españoles y españolas. Nuestro pasatiempo preferido es ser sabios en lo que no hemos aprendido, hablar de lo que no sabemos. Y “creer”: “Tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado”. Respetando las creencias de cada cual, no me negarán que, en este ínclito país, el nuestro, nos los creemos todo; con una salvedad, tendemos a creernos antes lo falso que lo verdadero. Las “Fake News” tan de moda últimamente; vamos, los bulos, “dimes y diretes” de toda la vida.

Sigamos. “Noticias falsas”. Me niego a explicarles esto, vaya. Entre otras razones, porque necesitaría muchos artículos y no estoy dispuesto a perder el tiempo en los vendedores de humo; además, ustedes, incrédulos lectores de Primera Edición, saben muy bien lo que son, y las sufren, con admirada objetividad, como yo, como si de una hemorroide se tratara (Juanita llamo yo a la mía).

Pero, es triste, sí, ver cómo proliferan los diretes de cloaca, los insultos babeantes, la jauría de pescadores de cenagal. Aquéllos, sí, que rebuscan en la mierda ajena para subir peldaños en la escalera de la ignominia, que anhelan prodigarse en los círculos dantescos de la avaricia y de la traición, con sus bocas llenas de esa melaza tan agridulce llamada poder.

Los poderosos”. Y termino (ya es hora). A esos me refiero. Creo que no hay nadie en España que esté contento ni de acuerdo en cómo se han enfrentado nuestros dirigentes a la fatal pandemia. Actuaron tarde, posiblemente por razones ideológicas, y han dado bastantes palos de ciego. Dicho esto, no confío en que las bondades de ningún otro gobierno hubiera conseguido mejores resultados, por la convicción de que cada vez hay menos políticos a la altura. Por todo ello, es posible que este gobierno tenga las horas o los meses contados. Pero, la oposición no merece recoger ni siquiera los ulcerados frutos de una democracia yerma. No, no lo merecen.

Los necios”. Epílogo. No lo merecemos. No merecemos políticos incapaces, que esconden su destreza bajo tierra, en hoyos de soberbia; como no merecemos la ética en descomposición de los que quieren comerse las sobras de su caída. No merecemos medios de comunicación que se arrastren cual áspides, alimañas en busca de carroña con la que alimentar el buche de su audiencia. No merecemos grilletes que nos aten a la guerra de la necedad. No merecemos parecernos a ellos, a ellas; no merecemos ser su espejo. Somos un pueblo solidario, empático, colaborador, creativo, brillante, fuerte, acogedor, con futuro. En nuestra mano está ser cautivos de los necios o salir de esta letal crisis como mejores personas, como una sociedad mejor. Sin cadenas. Seamos un país mejor de lo que ya éramos.