Docentes

Me llegan vídeos que hacen en diferentes colegios e institutos y me quedo con la boca abierta ante la imaginación, la implicación y el trabajo que todo esto supone
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

A pesar de que alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, en una metedura de pata de las que hacen época nos tachara a los docentes al inicio de esta terrible crisis de flojos, yo creo que a estas alturas de la película no hay nadie con buena fe que sostenga ese calificativo. Ojalá, verdad, colegas, que siguiéramos con las clases presenciales en vez de pasarnos el día entero pendientes de estas maquinitas que tanto bien nos hacen, pero que al mismo tiempo tanto nos esclavizan. Todos los testimonios que escucho últimamente en el ámbito de mi profesión van en el mismo sentido y me consta que muchos están haciendo ímprobos esfuerzos para engancharse a este tren que pasa a toda velocidad y que no espera a nadie que se retrase. Los hay, como es mi caso, que corremos desesperadamente tras el vagón de cola. Se habla de horarios imposibles, de disponibilidad permanente, de días con tardes y noches, de angustias ante lo desconocido, de orgullo también frente a los progresos y, en general, de una conmovedora dedicación que hace de nuestro gremio un grupo verdaderamente comprometido con las circunstancias. Y no nos olvidemos tampoco, porque sería muy injusto, de los equipos directivos de los centros, que tienen que sumar a la labor ya mencionada la muy ingrata de la dirección y orientación en unos momentos tan difíciles. Me llegan vídeos que hacen en diferentes colegios e institutos y me quedo con la boca abierta ante la imaginación, la implicación y el trabajo que todo esto supone, desde lugares punteros como puede ser Madrid hasta escuelas pequeñitas como puede ser la del Bercial y Alcolea, en la que han hecho un precioso romance vivo sobre esta tremenda plaga. Pero la docencia, como todos sabemos, tiene varias partes. Una es la de los que la impartimos y en el otro lado están los que la reciben y los que colaboran, y me estoy refiriendo, claro está, a los alumnos y a los padres, a los que no cabe duda de que tenemos que felicitar, por supuesto. Felicitaciones para esos padres que, en la medida de sus posibilidades, están pendientes de las tareas de sus hijos y que en algunos casos incluso, según me han contado, participan activamente en las propias clases a distancia, y felicidades, desde luego, a los niños y jóvenes que están soportando todo esto con una dignidad y responsabilidad que va más allá de sus años y que a todos nos está sirviendo de lección. Yo, anticuado profesor de latín, aporto a todo esto lo que puedo, las palabras de ánimo que Virgilio pone en boca de Eneas cuando se dirige a sus camaradas apesadumbrados: “Compañeros, los males no nos son desconocidos, ya los hemos probado antes y también  a estos un dios pondrá fin”