EL REY

A menudo se ríe cuando algún tertuliano por la tele pronuncia la palabra “rey”
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

El rey camina con los ojos, lo visten por los pies. Disimula si ve que alguien lo observa. Ensucia la mesa y a veces se dedica a pintar garabatos por todas las paredes del palacio. Dibuja sin parar coronas amarillas y banderas coloradas, junto a castillos llenos de princesas de cuento. A menudo se ríe cuando algún tertuliano por la tele pronuncia la palabra “rey”. Él se acomoda, sentado en su sofá como si fuera un gran trono. Pide su agua, su pan, su cena favorita. Los demás, como sirvientes fieles acogen sus palabras con agrado. Se sientan a su vera, besan su mano, lamen sus heridas, peinan su pelo y le dan los buenos días. Siguen a pies juntillas sus preceptos, aunque en secreto le aconsejen que debe ser más cauto, más educado, un poco menos sucio y mucho más sonriente. Evita dar la mano a los vasallos cuando da algún paseo por la calle. Camina erguido, mirando al frente, muy dignamente hace un amago de saludo con su brazo. Cuando llega el verano le gusta ir a la playa, subido en su gran yate se pasea por islas extranjeras, por sitios fabulosos. Le gusta poco el agua, tan solo un chapuzón de vez en cuando. Besa la foto de su madre, mira por la ventana a la gente pasar, se queda extasiado contemplando el rojo atardecer, como si fuera un cine. A veces juega en sueños con su padre. No sabe que la vida es suya, que el futuro también le pertenece. Él es un rey, el rey más bello de todos los estados, aunque tan solo tenga tres años y nunca se haya puesto una corona.