In Dubio Pro Reo.

Aunque me dejé convencer para probar algún que otro remedio milagroso, en ningún momento tuve depresión u obsesión por perder mi, hasta entonces,  abundante melena.
In Dubio Pro Reo.
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

El verano del noventa y tres anunciaba despedirse con tormentas, alguna de las cuales harían temblar mi personalidad de adolescente terminal. A mis diecisiete años, el peluquero del pueblo vaticinó, con matemática exactitud, que me quedaban dos años de peine. Poco después, tal como predijo el viejo Joaquín, los chistes sobre mi prominente calvicie eran ya cotidianos en reuniones familiares y sociales.

Aunque me dejé convencer para probar algún que otro remedio milagroso, en ningún momento tuve depresión u obsesión por perder mi, hasta entonces,  abundante melena. Probé unas pastillas que me recetó un médico clavo y una hedionda loción de herbolario, que, sospecho, aceleró el proceso de caída. He tenido diferentes complejos, pero nunca tuve psicosis por quedarme calvo. Además, la alopecia tiene sus ventajas, no crean. Me peino dos veces al mes, cuando me paso la máquina corta pelos; nunca se me ensucia ni se me llena de grasa, no me contagio de piojos (de vital importancia teniendo en cuenta que soy maestro), ya no tengo caspa… Pero, lo que no sabía entonces, lo que no podía alcanzar a intuir, es un provecho que he descubierto en las últimas semanas. No es nada banal, sobre todo para mí. Mi pelo nunca me convertirá en sospechoso de golpear a un policía en cualquier manifestación de protesta.

Puede resultar gracioso, pero no lo es. Ni mucho menos. No es broma que la presunción de inocencia dependa de quien juzga el hecho. Sin pruebas ni testigos, es un principio básico de la justicia hacer prevalecer la inocencia del acusado; lo ampara la Constitución Española y el Derecho Penal Constitucional. Da igual que peines rastas, vistas chaqué o comas pollo en pepitoria todos los domingos en casa de tus suegros. In dubio pro reo, en caso de duda, el acusado es inocente.

Alberto Rodríguez ha sido un chivo expiatorio de primera. Lo siento por él, porque representaba una insólita dignidad, cada vez más escasa en la caterva política actual; algo que demostraron unos, vociferando por su expulsión del Congreso (incluso los de la viga en el ojo), y otros, con un vergonzoso silencio que, para desgracia de nuestra democracia, se repite con demasiada frecuencia en los últimos tiempos.

Volverá a ocurrir, no les quepa la menor duda. Pero, para tranquilidad del público universal, mientras se vea el partido bien sentado, en casa o en terraza soleada, no hay de qué preocuparse; hasta ahí no llegan golpes de prejuicios ni perjuicios por el pelo, la indumentaria o la ideología, siempre que se guarde silencio y se aplauda. O puede que sí, pues esta sociedad cambia cada día y cambian las normas que nos conducen; observen la tele y no se lo pierdan, allí están las instrucciones de nuestra volátil democracia. Es la libertad ecuménicamente aceptada.