Por ellos, por nuestros mayores

La más cruel injusticia se ceba precisamente con nuestros mayores que de niños conocieron la desolación y la barbarie.
Por ellos, por nuestros mayores
Juan José Gómez-Hidalgo
Juan José Gómez-Hidalgo

Dicen que ya nada será igual y los más sesudos gurús afirman que estamos viviendo uno de esos eventos que sucede en nuestro planeta muy rara vez y supondrá un telúrico punto de inflexión. Veremos, pero la realidad es el ahora y el momento actual de este tsunami invisible y asesino que nos llegó de Oriente y que en apenas un mes ha conseguido que el mundo se pare.

¿Quién nos iba a decir que íbamos a vivir algo como lo que estamos viviendo? Solo los más mayores guardan en su memoria otras épocas terribles. Como una tétrica demostración del bucle de la vida, de los cíclicos designios de nuestra existencia en la tierra, la más cruel injusticia se ceba precisamente con nuestros mayores que de niños conocieron la desolación y la barbarie.

Con gran pena por ellos y ya con perspectiva después de un mes confinados, sin aprioris ni a posterioris; agradecido por la oportunidad que me brinda Primera Edición, humildemente doy comienzo a una serie en la que expongo mi libre opinión, por el momento sobre lo que está ocurriendo en estos días críticos y sin precedentes.

Por un lado está la visión global. La crisis mundial del Coronavirus podrá llevar a múltiples interpretaciones y consecuencias, que a su vez podrán incurrir en variadas paradojas. Una de ellas, es la paradoja de lo global frente a lo local, del mundo interconectado frente al limitado por fronteras. En 1918, durante los últimos meses de la I Guerra Mundial, el mundo sufrió una pandemia de similar génesis a la actual. La mortalidad de la entonces llamada “gripe española” se calcula en torno a 50 millones de personas y afectó al menos a 500 millones, por entonces 1/3 de la población mundial. Sus consecuencias económicas se confundieron con la devastación del final de la guerra y 10 años después el mundo se vio sumido en la llamada Gran Depresión.

 ¿Llegaremos por causa del coronavirus a los 180 millones de fallecidos, emulando el ratio de la pandemia de 1918?

Todo apunta a que no. Estamos ante la paradoja de que las bondades y beneficios de la globalización son al mismo tiempo causa, efecto, problema y solución. Salvo que la crisis derive en conflictos de otra magnitud, la cifra de víctimas no será ni de lejos la de 1918, gracias al avance científico, a las tecnologías y recursos de la salud, a la interconectividad y a la inmediatez de las comunicaciones que proporciona vivir en una globalidad digital. Lo superaremos por las fortalezas del  estado-nación, gracias a la globalización y también a pesar de ambos.

La interconectividad ha llevado a este maldito virus por todo el mundo a una velocidad endiablada y la misma ha permitido en tiempo real conocer las vías de solución. En 1918, la carencia de interconectividad en tiempo real, probablemente condujo a que las reacciones fueran más lentas y ayudaron a que el problema engendrara mayor proporción.

Hoy la crisis global, como entonces, ha llevado a cada nación a actuar en primera instancia de forma unilateral y localmente. En el caso de España, se probará que tardía y negligentemente. No voy a entrar en detalles de frías estadísticas. La realidad la impone la enorme tragedia y hecatombe que estamos viviendo entre nuestros mayores y también otros muchos que están muriendo solos, abandonados por una administración que en estado de alarma está haciendo uso de un poder casi absoluto para hacer marketing y amordazar la libertad. Bien podrían haber usado ese poder para ejercer la humanidad. Los que se llenan la boca reclamando para los más necesitados no han sido capaces de articular una sola medida para hacer el paso del último trance con un mínimo de dignidad. Muchos han tenido la compañía de un sanitario pero otros muchos han muerto solos. Es el gran fracaso de este gobierno al que la crisis destapa como suele ocurrir su terrible nivel de incompetencia.