De Borges A Marías.

<strong>Llevo toda mi vida escuchando a los detractores de este cantante o de aquel escritor, despotricando de ellos por estar en desacuerdo con su vida personal o su forma de ser o de pensar.</strong>
De Borges A Marías.

Cuenta Antonio Gala que, en cierta ocasión, mantuvo un encuentro con varias personas en presencia de Borges, en el que el escritor argentino habló sobre lo divino y lo humano. Se quejaba el granadino de que Borges era grosero en sus comentarios y hablaba y criticaba a diestro y siniestro; entre otras cosas, a su propia lengua, el castellano. Por lo que, relata Gala, en un momento determinado, se levantó y le dijo: Sus obras las seguiré leyendo, pero a usted no lo aguanto ni un segundo más. Y se fue.

Llevo toda mi vida escuchando a los detractores de este cantante o de aquel escritor, despotricando de ellos por estar en desacuerdo con su vida personal o su forma de ser o de pensar. Hay, por ejemplo, quien no soporta a Sabina porque no le parece modelo de buena conducta; a otros no les gusta Serrat porque, a veces, canta en catalán; o, incluso, hay quien defenestra a Luis García Montero porque es rojo (unos dicen que si comunista, otros que si social-demócrata radical). Prejuicios que rompen, en cualquier caso, la delicada piel del crecimiento personal; no rozaron, ni un instante, la belleza, cantaba Aute.

No obstante, más de una vez, todos deambulamos por ese peligroso filo. A mí me ocurría con el recientemente fallecido, Javier Marías, en su faceta de columnista; quien reconocía, con cierto humor, que para muchos lectores era un cascarrabias; pero, para otros, era referencia como reflejo ideológico y estético. Mis argumentos chocaban, a menudo, con los que él solía expresar en sus columnas, pero, cuando alguien tiene algo que decir de verdad, cuando expresa razonamientos, cuando utiliza toda su cultura y sus conocimientos para escribir acerca de lo que puede y sabe, sin intención de mentir o  de convencer con taimadas tretas, sino de significarse, con más o menos acierto, merece la pena ser leído o escuchado, aunque te cause menos admiración de lo exigido.

Ese ejercicio, que puede resultar tedioso en ocasiones, ayuda a limpiar, a reflexionar, a poner en duda todo aquello que creemos como verdad absoluta (con la edad te das cuenta de que lo absoluto es totalmente relativo). Leer o escuchar al que aporta, por diferente que sea, supone esa singular catarsis que tanto necesita nuestra mente y nuestra personalidad, para seguir respirando en un mundo demasiado contaminado por las voces, las mentiras y los insultos.

Es curioso cómo se echa de menos a quien te tira del caballo de la prisa reflexiva para meditar con sosiego. Seguiré leyendo, por supuesto, a otros irritadores de sangre ajena, con la curiosidad de mis ojos cansados, aunque no comprenda siempre la razón de sus palabras o no me guste donde escriba, con quién cante o el color de su pluma estilográfica. Que el olvido no te roce, Javier Marías.