Destripaterrones.

Destripaterrones: 1. M. despect. Colq. Gañán o jornalero que cava o ara la tierra. 2. Coloq. Hombre tosco, cazurro.

Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Me encanta leer con un diccionario a mano, para buscar y descomponer las palabras que  no entiendo o que desconozco. Parecerá una tontería, pero cuando el libro me hace indagar a menudo en el diccionario, siento que es más enriquecedor, a pesar de la molestia que conlleva (hace tiempo que uso la aplicación móvil de la RAE y es mucho más rápido). La última palabra que me ha hecho detener mi lectura ha sido Destripaterrones. Me he parado en ella por su sonoridad, suena a insulto y, de hecho, es una alocución despectiva y coloquial; y por su significado, razón por la cual dejo aparcado el volumen que me tiene absorto y enciendo el ordenador.

Destripaterrones: 1. M. despect. Colq. Gañán o jornalero que cava o ara la tierra. 2. Coloq. Hombre tosco, cazurro.

En cuanto a la primera acepción, tengo que decir que sirve para referirse de manera despectiva al jornalero. Aunque, claro está, el jornalero no tiene por qué serlo; de hecho, mi abuelo lo fue durante toda su vida, pastor y agricultor. Fue un hombre de su época, le tocó sufrir la guerra civil, padeció los hambrientos años de posguerra, sufrió el clasismo caciquil y chovinista de la dictadura y, ya en la democracia, pudo ser dueño del fruto de su propio trabajo. Fue un hombre sin educación escolar, pero con una cultura nacida y basada en el respeto a la persona. A él no le educaron para entender muchas cosas que pasan hoy y los derechos conquistados a base del sufrimiento de otros; ni si quiera le educaron para respetarlo (en España, la palabra respeto queda fuera del diccionario de muchos). Sin embargo, era un hombre con el que yo siempre pude hablar y que sabía entender las razones que yo le daba para  respetar los ideales y la forma de vida de cualquiera. Jamás encontré rencor ni odio hacia los que pensaban o vivían diferente. A pesar de que fue un hombre con carácter y terco en muchas ocasiones, tenía la capacidad de empatizar cuando le proponías razones para ello. Era un jornalero, pero para nada tosco ni cazurro. Su cultura se basaba en el trabajo y en la amistad que tanto y tan constante profesó; y en la enseñanza de la vida a lo largo de noventa y cinco años, que se apagaron la semana pasada. Descansa y gracias.

Duele. A mí, al menos, me afecta, me cabrea, me enerva, y hasta me asusta que esa palabra tan en desuso como destripaterrones sea, sin embargo, tan actual. Cada vez hay menos trabajadores de la tierra, pero hay tanto burro, tantas personas zafias, malintencionadas, irrespetuosas, incapaces de empatizar y respetar la vida de los demás. Estúpidos, desequilibrados, groseros, patanes, catetos… Ellos y ellas.

Disculpen los insultos. Pero sólo esos calificativos pueden expresar lo que siento ante la muerte de Samuel, asesinado en A Coruña por ser lo que otros atribuyen como diferente, ¡por maricón! por ser homosexual. ¿Qué clase de persona se siente con el libertinaje de agredir y matar a otra por el hecho de que no es igual que ella? Y, algo que alarma más aún, ¿qué clase de políticos y comunicadores son capaces de desenterrar y airear pensamientos y sentimientos tan primitivos que desprecian la vida y la libertad? ¡Basta ya! Cada persona es libre de amar, follar y compartir su vida con quien le dé la gana. De vestir como quiera y de celebrar sus fiestas como desee, dentro de las libertades y obligaciones de  nuestro país. Quien opina y vocifera en contra es un cómplice de la violencia; quien insulta a los demás por ejercer el derecho a su libertad sexual es un cómplice de la violencia; quien niega ese derecho es un cómplice de la violencia; quien agrede o mata a alguien por ser gay, lesbiana, bisexual o transexual, está amparado por las voces de desprecio y por el silencio de quien permite el insulto. Y quien no entienda ni respete eso, no merece vivir en un país democrático.

¡Justicia para Samuel! ¡Libertad!