Dos o Tres Segundos de Ternura.

Tú bien me enseñaste que el pensamiento es estar siempre de paso.

Dos o Tres Segundos de Ternura.
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

La primera vez que escuché una canción tuya, mi querido Luis Eduardo, fue en una iglesia y la cantó un sacerdote. Imagino que te habrás quedado boquiabierto, te entiendo; pero en aquel entonces, yo no lo di importancia, era una canción bonita en un lugar lleno de gente joven y totalmente en silencio. Legué a comprender lo “inapropiado” de la elección cuando supe que a aquel atrevido le llamaban el “cura comunista” y que, al poco tiempo, dejé de saber de él. No, hombre, Luis, ni hogueras ni herejías, la Iglesia ha cambiado su estilo, igual de radical pero menos letal. Imagino que lo defenestraron a lugares menos influyentes. Lo sentí mucho por él… y por mí,  porque para el “católico de izquierdas” que era en aquel entonces, tener un aliado en “territorio comanche” era de agradecer. Ya sabes que me liberé del catolicismo, aunque continúo con las mismas convicciones ideológicas; bueno… parecidas. Tú bien me enseñaste que el pensamiento es estar siempre de paso. Sí, ya sé que me lo has oído contar muchas veces, Luis, pero recuerda que fue en la Universidad cuando llegué a conocerte de verdad. Aprendí a masticar las intenciones camufladas de melodía, amé tus dudas como si fueran mías, bebí de tus versos tristes, crecí con el vuelo resuelto de tus palabras, y, en la poesía sin voz que copulaba distraída con la letra de tus canciones, llené de luz los rincones escondidos de mi inspiración.

No, no estoy triste, Luis, más bien estoy vacío, aunque sigues estando, ahí, lo sabes. Ya no uso aquellas antiguas cintas grabadas de cintas grabadas de cintas… La tecnología me permite elegirte con dactilar deseo en mi propio teléfono. Busco y apareces. Toco y la belleza me provoca el  dulce dolor de la verdad, ese grave de realidad con el que siempre golpean tus estrofas. ¿Cómo? Ah, ya, ya lo sé. Hay muchos otros que no han rozado la belleza, bien los  nombras tú, sin dejarte ninguno. Hoy en día, pululan por la red y por las televisiones; estamos en días difíciles, ya te contaré cómo salimos de esta, pero los perros rabiosos se pelean a dentelladas para ver quien sale victorioso, mientras los que mandan hacen lo que pueden… Ya, lo sé, sé que hacer lo que se puede no es suficiente ni justificación; pero ya vendrán los días del juicio, ahora, es el momento de sobrevivir, de mantenerse en la trinchera, con un beso por fusil.

Sí, tienes razón, qué bonita canción habrías compuesto con los titanes de mascarilla frágil y fonendoscopio silenciado, con la música de las palmas esperanzadas y de las sirenas vigilantes, con la gente creando maravillas en la cárcel de sus casas… una prisión forzosa llena de futuro. Todos ellos sí que rozan a cada instante la belleza ¿verdad, Luis?

Empecé esta carta a las cuatro y diez porque siento que te estoy perdiendo, maestro, al Alba, y hago de tripas corazón para imaginarme que todo es mentira, que sigues con nosotros, que pasabas por aquí y has llamado al timbre de mi recuerdo para que no te olvide. No lo haré. No hace falta la luna, ni tan siquiera la espuma, me bastan, solamente, dos o tres segundos de ternura.