La mejor columna

La Mejor Columna del Mundo; El folio de un blanco tentador, los dedos repletos de inspiradoras musas y una gran necesidad de crear poesía.

Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Les doy mi palabra. Yo quería hacerlo. Me puse a escribir con mis mejores intenciones y todo presagiaba éxito: el folio de un blanco tentador, los dedos repletos de inspiradoras musas y una gran necesidad de crear poesía. Prometía convertirse en una gran columna. Pero, entonces, me vino a la cabeza un nombre que en los últimos meses martillea mi mente y la de mucha gente de bien. Es un nombre propio, de alguien que cada vez que lleva a cabo el hermoso acto de producir palabras, lo malogra y contamina mi paciencia hasta el deseo de dimitir de cualquier voluntad cívica. Disculpen, como humano que soy, tengo mis límites. Y, por ello, la poesía se convirtió en caos.

Deshice los versos trenzados con musical esmero, borré los tan manidos epítetos, con los que tanto placer peco, tragué sinalefas y hasta se me ennegrecieron las áureas metáforas… Acabé indigesto de agudas rimas consonantes y me puse a buscar con ansiedad un cigarrillo, a pesar de que nunca he fumado. Ese nombre…

Yo soy la luz de la economía… Yo soy adalid de los pobres y de los ricos, de los trabajadores y de los empresarios, de los enfermos y de los sanos, hasta de los que no son nada… Yo vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que gobierno pero no muero… Todo es mentira, la verdad se escribe con la estilográfica que recargo cada mañana con descalificadora tinta… Por debajo de mí, solo el mal; a mi altura, los dioses del dinero que me eligieron para seguir fabricando almohadones con cara pluma de jornalero. Yo no gobierno, yo rijo la vida de mi pueblo, al antojo de mi divinidad, “Némesis chulapa”, en mi olimpo de conjuras y vanidades, rodeada de voces que me aconsejan y me aplauden. Las voces… esas voces que me seducen

Mientras tanto, en la guerra de las cifras, las bombas no minan su moral ni su prestigio, las trincheras de la mentira protegen el humo de sus promesas y sus acólitos crecen y crecen en una fe sin milagros, pero plagada de profetas sedientos de billetes. La gente sufre, la sociedad se acomoda a la corrupción, la economía pierde la esperanza y las excusas engordan la sinrazón. Sinrazón y despotismo acompañan a su nombre.

Ese nombre me cabrea, me agota, me desequilibra, me desvela e incluso me asusta. Da miedo lo que dice, pero también lo que calla; no porque no podamos adivinar sus barrabasadas neoliberales y los chanchullos de su dedo ligero, sino por aquellas iniciativas que saldrán de mentes aún más extremas que la suya; mentes que la vigilan muy de cerca; las voces de esos nombres que no me dejan concentrarme para escribir la columna soñada en estas noches de lluvia primaveral.

Esos nombres asustan, sí. Y en Madrid bien que lo saben… o quizá no.