La razón para escribir.

Los educadores sabemos que para que un aprendizaje nuevo se produzca y se asiente como significativo, la mente debe resolver un conflicto entre las certezas que conoce y las dudas ante lo novedoso que la descolocan
La razón para escribir.

Cuando el qué y el cómo no llegan a un acuerdo, el cuándo se diluye en un mar de impaciencia y me enfrento a la deriva sin ánimo de remar contra corriente. Escribo unas palabras inconexas que no sé cómo hilar, para conseguir el remiendo de una vela mínima que me lleve a la orilla de los textos eficaces. El convencimiento de ser un impostor que transita por esta página de opinión arruina los intentos de firmar los inacabados discursos, y apago un ordenador cada vez más harto del inane tacto de mis dedos. Es entonces cuando recurro a mi profesión.

Los educadores sabemos que para que un aprendizaje nuevo se produzca y se asiente como significativo, la mente debe resolver un conflicto entre las certezas que conoce y las dudas ante lo novedoso que la descolocan. Ese equilibrio se repite en la mayoría de situaciones de la vida, por eso, en la resolución positiva de los dilemas particulares está la evolución de la personalidad, que progresa y crece a lo largo de nuestra vida, gracias al aprendizaje y la experiencia, o sea, gracias al éxito o al fracaso de las disputas personales. Y tuvo que llegar una guerra para  que mis ideas y mis palabras estallasen en colisión.  

Durante meses, he navegado en constante pugna a través de un mar de infinito blanco, hasta que escuché susurrar a los pájaros de barro de Manolo García, pidiendo menos proyectiles y más palabras, y les vi sobrevolar el campo de batalla exigiendo un bombardeo de negociación masiva. En las carreteras duermen los muertos; sentencian con el movimiento arcilloso de sus alas, en un cielo que dejó la paz lejos hace tiempo. Cantan las arenosas aves contra la soledad del horror, en una guerra que trasciende las banderas, esas malditas redes en las que se enmaraña el albedrío de los valientes. Sigo soñando con poetas en las habitaciones donde se toman las decisiones políticas, pero la intriga de las ideologías ahoga cualquier intento de belleza y los hemiciclos se llenan de frases trascritas por quienes nunca escucharon a los pájaros hablar de libertad.

Las palabras resolverán el conflicto… La estela de aquellas aves que escapan del horror aletea en un susurro dentro de mi boca y trasciende cualquier duda interna; vuelvo a firmar lo que pienso, alimentándome de la razón por la que escribo, mi fuente y mi catarsis, mi primera lectora, ese el viento que mueve mis pensamientos hacia la orilla; aunque tarde o temprano me tope con el más mínimo motivo para zozobrar, sin un peligro aparente, esa brisa de inspiración que me conduce, guiará mis dudas hacia una costa segura, por mucho que las letras se demoren en encontrar el sentido de su espacio.