Razón o Ley

Pero, si pasamos al plano del pensamiento, debemos poner en juego conocimientos y reflexión.
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Mi cuñado tiene un primo que es vicesecretario; vicesecretario tercero adjunto al Secretario primero de Asuntos Internos, dependiente del Director General de Asuntos Externos, dentro de la Dirección, más general aún, de los Servicios Autonómicos de Salud, también en general, y dependiente, a su vez, de la Consejería de Salud de la Comunidad Autónoma en la que milita en el partido que gobierna la región. Lo que puede resultar un galimatías, se resume en que el primo de mi cuñado es el responsable del estado de alarma; del estado de la alarma del edificio en el que ocupa su puesto, vamos, de apagarla por las mañanas y activarla por las tardes. Ahí comienza y acaba su cometido oficial. Bueno, en realidad, la alarma la apaga el primero que llega y la pone en marcha el último que se va, que en ningún caso es él, por su puesto.

No se puede quejar el primo de su buen remunerado puesto, teniendo en cuenta que su único mérito es el de ser yerno del Director General… (omito al lector la pléyade de cargos intermedios) del partido político anteriormente citado. A temprana edad y gracias a su suegro, comenzó a realizar trabajos afines a su vocación de servicio público. Como de la alarma no se tiene que preocupar, dedica las horas que le pagan a lo que más le gusta: hacer juicios; a opinar de lo que pasa, quiero decir. Y este es el motivo de mi columna. El primo de mi cuñado opina categóricamente que los jueces siempre tienen razón menos cuando no la tienen. Faltaría más. Y ¿cuándo no la tienen?, le preguntó un día una compañera (conocer su cargo no es significativo). Pues, cuando se equivocan, le contestó el primo. Ya, pero ¿cuándo, según tú, se equivocan?, insistió la compañera. Los jueces se equivocan –contestó de nuevo– cuando dan la razón a quien no la tiene y viceversa. Fin de la cita.

Desconozco hasta dónde trascendió aquella conversación, entiendan que las horas de una jornada poco laboral dan para muchas reflexiones de trascendencia, pero, si nos quedamos con ese titular (el primo gana lo que gana por algo) nos daría para un sinfín de conclusiones, una por cada opinante. Así, se podría decir que los jueces aciertan o se equivocan según nos guste o no la sentencia o, y aquí está el peligro, según den o no la razón a los políticos de turno. Simple: me beneficia, aciertan; me perjudica, la sentencia falla y, además, es culpa del contrario.

Pero, si pasamos al plano del pensamiento, debemos poner en juego conocimientos y reflexión. Y, de esta manera, aunque pudiera parecer que la razón, entendida como beneficio y perjuicio, está en contraposición con la ley, o con el ejercicio de interpretar la ley, deberíamos pensar que ese acometido corresponde a los jueces. Ellos son los que conocen el origen, el desarrollo y la salida institucional y de aplicación de las leyes que les competen. Ellos aplican la ley y los demás, como mucho, podemos opinar si nos gusta o no, pero eso no nos otorga certeza. Y es importante entender y respetar esa diferencia de rol a la hora de emitir críticas: los jueces son los expertos y los demás simplemente conjeturamos. Ahora bien, puede pasar, repito, puede pasar, que los propios jueces, como personas opinantes que son (la carne es débil), pudieran confundir razón y ley, o dicho de otra manera, opinión y razonamiento, en cuanto a la interpretación y aplicación de determinadas leyes y a según qué personas o estamentos; máxime, teniendo en cuenta lo politizada que está la justicia. En ese caso, pienso que el peligro acecha detrás de una maza. Pero es solo mi humilde reflexión.