De Reyes y Súbditos

Hay quien afirma por ahí, últimamente mucho, que los gobernados tenemos a los gobernantes que nos merecemos y puede que sea así en ocasiones, pero yo sostengo al mismo tiempo, sin que sea contradictorio, que con mucha frecuencia los súbditos estamos muy por encima de nuestros reyes
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

Al gobierno de Pedro Sánchez se le acumulan los problemas y ahora, según reza el dicho popular, ha parido la abuela, por si fuéramos pocos. La oposición mientras tanto, tomándose más que al pie de la letra su nombre, a oponerse con toda su artillería, sin dejar un mínimo espacio vital para que los adversarios respiren y sin conceder una pizca de oxígeno a unos peces que parecen ya boquear de agotamiento. La mítica flor en salva sea la parte del presidente da signos de marchitarse en medio de este calentamiento global patrio que todo lo incendia y que ni siquiera ha bajado su temperatura en los momentos tan críticos  que hemos vivido, como para hacerlo en estas horas en que el aroma de la victoria empieza a olerse ya cercano. Lo último de lo último es el asunto de Marruecos, que ya es serio y amenaza con volverse peor, por más que los ciudadanos de ambos países sepamos que nos necesitamos mutuamente y que nuestras relaciones deberían estar presididas por la cordialidad que cuadra a los buenos vecinos. Así tendría que ser, pero una cosa somos los súbditos y otra los reyes. El rey Mohamed VI, digno heredero de su padre Hassan II, ha ideado un plan que, con las distancias lógicas que hay que poner en cualquier comparación, se asemeja al de la tristemente famosa, al menos para nosotros, “marcha verde”, aquella estrategia que, aprovechando nuestra debilidad, dio como resultado que el reino alauita pusiera sus reales en el Sáhara Occidental, que hasta entonces había sido una colonia española. En esta ocasión Mohamed VI, lejos de avergonzarse de que sus compatriotas abandonen su país en un interminable goteo en busca de una vida mejor, los ha animado para que lo hagan en masa, incluso con burdos engaños, incluso metiendo en la aventura a niños que nada tienen que ganar y mucho que perder, da igual, todo vale para conseguir sus oscuros propósitos, todo está bien para dar un pescozón al reino de España, con cuyo monarca, menos mal, mantiene relaciones de hermandad. Me pregunto qué opinarán de esta actuación todos esos marroquíes de a pie a cuyos hijos yo tengo con gusto en mis clases. Y me acuerdo, al mismo tiempo, de otro suceso que ocurrió hace muchos años entre nosotros y nuestros vecinos, en la segunda década del siglo XX. Entonces estábamos en guerra y los españoles, guiados por unos chulescos y nefastos militares, que recibían a su vez el apoyo de Alfonso XIII,  nuestro rey a la sazón, bisabuelo del actual, recibimos un severo varapalo por parte  de Marruecos, que nos masacró en lo que desde entonces se llama el desastre de Annual, en el que murieron unos veinte mil pobres soldados compatriotas, que fueron arrastrados vergonzosamente a aquel matadero. Uno de mis abuelos, que en paz descanse, estuvo allí y me contó mucho después, con lágrimas en los ojos, las atrocidades que había vivido de forma directa. Además de los muertos, muchos cayeron prisioneros y, para soltarlos, los vencedores nos exigieron un cuantioso rescate. Cuentan las crónicas de la época que el rey Alfonso XIII, cuando se enteró de la cuantía del desembolso, exclamó: “Caramba, qué cara se vende la carne de gallina”. Creo que no hacen falta demasiados comentarios. Hay quien afirma por ahí, últimamente mucho, que los gobernados tenemos a los gobernantes que nos merecemos y puede que sea así en ocasiones, pero yo sostengo al mismo tiempo, sin que sea contradictorio, que con mucha frecuencia los súbditos estamos muy por encima de nuestros reyes y que más bien son ellos los que no nos merecen. Esperemos, en fin, que esta crisis se solucione de la mejor manera posible por ambas partes y que todos pongamos nuestro granito de arena para que sea el entendimiento el que corone unas relaciones de sana vecindad. Inshallah. Ojalá.