Justicias

Me imagino a todas esas excelentes personas e instituciones que se dejan las energías en promover la convivencia y la solidaridad.
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

Los que nos dedicamos a la educación sabemos bien lo difícil que es transmitir a nuestros adolescentes, rápidos por su edad a la boca y a las manos, las enseñanzas beneficiosas de la no violencia. Les cuesta mucho entender, ahora que estamos viendo en Valores Éticos la película “Matar a un ruiseñor”, que la actitud de Atticus Finch al responder sólo con dignidad y desprecio al escupitajo de su oponente racista es propia de unos pocos y escogidos valientes. Supongo que algo parecido les pasará a los curas que llevan toda la vida predicando el Evangelio y lanzando a sus fieles mensajes tan revolucionarios como que hay que amar a los enemigos, que hay que perdonar setenta veces siete o que nos tenemos que desprender de lo nuestro para socorrer a los más necesitados. Otro tanto les ocurrirá, me imagino, a todas esas excelentes personas e instituciones que se dejan las energías en promover la convivencia y la solidaridad hacia todos aquellos foráneos que, forzados por innumerables circunstancias, han creído ver en nuestra tierra la promesa de un futuro mejor. Son muchos esfuerzos, muchos, para que luego venga un grupo de pirómanos que echa a rodar taimadamente sus piñas incendiarias por la yesca del bosque social, ya bastante seco por la enfermedad y la economía, y logra con sus provocaciones que se tambaleen los frágiles cimientos del edificio común y habitable que alguna gente, buena en mi opinión, intenta levantar. Qué poco se tarda en prender la chispa, todos lo sabemos, y cuánto y qué costoso es sofocar el incendio. No está bien que restemos importancia a los militares que en las redes profieren barbaridades y cuya única graduación, en lo que a mí respecta, que hice la mili, es la de auténticos impresentables. No me parece de recibo que hagamos bromas con las amenazas escritas en una carta que además lleva balas en su interior, al más puro estilo etarra. No entiendo cómo se puede presumir de carteles engañosos sobre los inmigrantes, cuya única virtud, la de los pasquines, es despertar la desconfianza, ni envanecerse, taurinamente, de cortar orejas y moño a un supuesto toro al que, si se pudiera, expulsaríamos del país. No se me alcanza, tampoco, que dejemos de condenar a los que revientan violentamente un mitin, aunque no comparta ni un solo gesto ni una sola palabra que en él se diga. Escalofríos me da que algunos catalanes hagan distinciones entre las fuerzas de seguridad a la hora de las vacunas. Me produce dolor que nos riamos de los que sufren acoso en sus casas, sean del signo que sean, y una infinita tristeza que hayamos cambiado la discusión sana y constructiva por eslóganes facilones y vacíos, el de la libertad, por ejemplo, como si ya no la tuviéramos garantizada por nuestra Constitución. “Largo se le hace el día a quien no ama y él lo sabe”, con este verso arranca un magnífico poema de mi admirado Claudio Rodríguez, poema que dice  en otro momento: “A quien no ama, ¿cómo podemos conocer o cómo perdonar? Día largo y aún más larga la noche”. Quizás, a falta de otras justicias, nos quede todavía la justicia poética.