TRAICIONES

Entre los cristianos, y más en estos días, a ninguno le es ajena la figura de Judas Iscariote, aquel discípulo de Jesús que con su beso marcó el camino de quién tenía que ser el apresado.
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

La traición es consustancial al ser humano, lo mismo que la otra cara de la moneda, la lealtad, por fortuna, y ambas, como diría mi abuelo José, que en paz descanse, en uno de sus arranques filosóficos, siempre han existido, existen y existirán  por los siglos de los siglos, porque somos así, capaces de lo peor y de lo mejor, y así seguiremos siendo. Entre los antiguos griegos, nuestros padres, la figura del traidor por antonomasia la encarnó Efialtes, ese espartano deformado, según nos cuentan, que no pudo ingresar en el temible ejército de su patria por sus carencias físicas y que luego, en venganza, reveló a los rivales persas un camino secreto para que pudieran acabar con la heroica e inútil resistencia de sus compatriotas en el desfiladero de las Termópilas. Los romanos, que también tienen algo que ver en nuestra cultura, enseñaban a sus hijos que nunca deberían comportarse como Tarpeya, aquella joven que abrió las puertas a los enemigos de Roma, los sabinos, a cambio de una recompensa que acabó volviéndose en su contra. Entre los cristianos, y más en estos días, a ninguno le es ajena la figura de Judas Iscariote, aquel discípulo de Jesús que con su beso marcó el camino de quién tenía que ser el apresado. En la Edad Media, que tanto nos gusta a algunos, que la recreamos cantando y representando escenas que en aquellos entonces acontecieron, destaca el personaje de Bellido Dolfos, que asesinó al rey de Castilla tras hacerse pasar por alguien de su confianza y mostrarle un portillo escondido hacia la ciudad que estaba asediando y que  a la postre fue la causa de su perdición. Y así podríamos seguir, avanzando en el tiempo, y a ninguna época, tampoco a la nuestra, le faltarían sus traidores, que, como dije al principio, acompañan y acompañarán nuestro devenir como especie. Pensemos, si no, en los últimos acontecimientos de Murcia y en otros que afectan a ese partido, Ciudadanos, que parece un barco a punto de naufragio y en el que algunos de sus tripulantes, viendo que el agua les llega a las rodillas, han decidido saltar al bote que mejor les salve la vida. No es agradable el espectáculo, desde luego, porque todos somos humanos y todos nos podemos ver en un brete semejante y vete tú a saber cómo respondemos, pero me pregunto, incluso no compartiendo el mal uso que se ha hecho de ese instrumento democrático que se llama moción de censura, qué les contarán a los suyos los que han pasado por encima de su propia firma y los que se han echado en brazos de los que blanquean, por propio interés, estos cambios de rumbo con argumentos que, cuando menos, son lamentables. Se me olvidaba decir que uno de los componentes de la traición es que el traidor suele recibir compensaciones, véanse en este sentido las famosas treinta monedas de plata que se entregaron al delator de Jesucristo. Las traiciones, lo dije hace un rato, forman parte de nuestra idiosincrasia de humanos débiles, pero quizás lo peor de ellas sea que nos confortemos con las explicaciones que dan al respecto los que se  benefician de las mismas, los que nos acogen como inmaculados sabiendo más que de sobra la naturaleza de nuestra mancha. Menudo papelón, Toni Cantó, el que te toca representar ahora y por el que no te arriendo las ganancias. Me gusta el teatro, mucho, pero hay interpretaciones que detesto.