Estado borreguil

Una reflexión, que no sabría catalogar, pero que voy a lanzar sin más...

Juan José Gómez-Hidalgo
Juan José Gómez-Hidalgo

Acabo este año expulsando de mi cuerpo el bicho que ha conseguido hacernos más pequeños si cabe. Después de algún tiempo metido en una especie de nave espacial en la que vamos amarrados al asiento que nos lleva a un destino teóricamente cierto y donde no podemos evitar esa mezcla de sensaciones, que digo yo deben pasar los que han tenido la ocasión de experimentar un viaje espacial: miedo, incertidumbre, emoción, subidón de adrenalina, alegría…regresamos para compartir una reflexión, que no sabría catalogar, pero que voy a lanzar sin más.

Estamos entrando en un estado social cada vez más borreguil, con perdón de los  borregos. No es algo que esté produciendo la pandemia, que si acaso lo ha acelerado. Es un proceso que viene de lejos. ¿Por qué afirmo algo tan grueso? Voy pues a intentar argumentarlo.

Se puede leer mucho últimamente sobre la crisis de las democracias liberales. De hecho hay múltiples teorías que arrancan desde mediados del siglo pasado. Entre las últimas causas que apuntan algunos están la celeridad de los cambios tecnológicos provocados por la globalización que han llevado a unas mayores brechas sociales y desigualdades. Causas éstas que a la vez están llevando a la aparición de populismos y yo diría “nuevos cesarismos” a los que la gran mayoría está rindiendo una sospechosa pleitesía. Tal y como dice el Presidente Rajoy en su libro, que recomiendo, Política para Adultos: “se está cediendo un gran terreno a la demagogia , a la polarización y a un notable infantilismo que promete soluciones fáciles a cuestiones complejas”.

No es algo nuevo como digo. Estamos anestesiados, ensimismados, acojonados y no reaccionamos ante casi nada de lo que ocurre a nuestro alrededor. Es una especie de estado de hibernación colectiva. La polarización, ya tratada en esta columna, es a la vez causa y efecto, un monstruo que se retroalimenta pues crea extremos enfrentados e irreconciliables.

Coincido con las llamadas “teorías elitistas de las democracias” en afirmar que estamos ante un sistema político que se está alejando cada vez más de la sociedad, a la que se le requiere para votar y poco más. El votante, cual zombi mutante, acude alienado a la cita sin más razón que la adherencia a los suyos. 

Otras razones apuntan a la cada vez más desarmada e inútil potestad de las soberanías nacionales en detrimento de organizaciones supranacionales que deciden las cuestiones más importantes bajo un paraguas menos “democratizado”. Ejemplo caliente: la UE le dice a España “amigos de España, si quieren Fondos de Recuperación pacten Uds. una Reforma Laboral”…y van todos y pactan al límite…entre otras cuestiones porque sino, no hay subvenciones a repartir.

Nada más peligroso que un político convertido en burócrata por obligación. Con el rabo tendrá que matar moscas. Nos gustará más o menos pero hoy deciden por todos la UE, la ONU, el G-7 , el FMI o el Banco Mundial. China y Rusia van por libre porque ni son democracias ni nos necesitan, más bien nosotros a ellos. O por no hablar del poder creciente de las empresas transnacionales (ahora se llaman así a las multinacionales). 

Nada de extraño es pues que hoy pueda hablarse de una «democracia dirigida» (Wolin, 2000), del «invierno de la democracia» (Hermet, 2008) o, incluso, de una “regresión neoabsolutista tanto de las grandes potencias como de los grandes poderes económicos globales” (Ferrajoli, 2011a: 516).

Si en medio de todo este potaje tenemos gobiernos como el nuestro que aprovechan una pandemia para convertirnos en cuasi lacayos y a unos medios de comunicación con cada vez menos influencia pero cada vez más servidores del poder (salvo honrosas y escasas excepciones), ¿para qué queremos entonces esta democracia? ¿Para qué sirve si el parlamentarismo se ha convertido en una pantomima teatral de trámite mientras el gobierno gobierna a golpe de decretos-leyes restrictivos de nuestros derechos fundamentales?

La cuestión que me aflige es ¿por qué nos conformamos? ¿Dónde está el espíritu crítico y de lucha de nuestros jóvenes por ejemplo? Les recuerdo amigos que tenemos en España la tasa de paro juvenil más alta de Europa con un 37,7%, convertida en estructural. ¿Por qué no vemos a los sindicatos manifestándose ante la subida de la luz o ante el empobrecimiento que estamos ya acusando? Igual aquí se ha pasado del ensimismamiento al dopaje directo.

Rajoy es optimista, al final de su libro, sobre la capacidad de la sociedad para reaccionar ante las amenazas que se ciernen sobre nosotros, aunque no nos dice cómo se debería afrontar. Yo me limito a catalogar la situación y a hacer un diagnóstico que, aunque duro, refleja una cruda realidad. Lo que es claro es que de brazos cruzados nunca se ganó la libertad.

¡Feliz y saludable 2022!